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Lanzamiento del disco Témpera de Manuel Garcí­a

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Teatro Oriente, 22 de Agosto de 2008, SCL

Veintidós, viernes, otro frí­o viernes de invierno, pese a ello, el aire cálido abrigaba el rostro en un vagón de metro, lleno de gente, repleto de almas, historias, colores, miro mi reloj y supongo que Daniela ya llegó a nuestro punto de encuentro» (como siempre), para caminar juntos al Teatro Oriente.

Mi reloj dice que son las 20:30 y en la boleterí­a una chica nos dice que los «invitados»debemos esperar y que una vez que comiencen a entrar los asistentes nos indicarán donde podemos ubicarnos. La cuneta una vez más nos recibe para fumarnos los minutos y burlarnos así­ del frí­o.

Ya estamos dentro, sentados en platea alta y cruzando los dedos para que no nos pidan movernos de nuestros asientos, son ya las 21:50 el show aún no comienza y la gente se impacientó hace mucho»

Casi son las 22:00, las luces abruptamente se apagan y una luz blanca enciende una minúscula parte del escenario, pese a estar solo en el centro del mismo, el ambiente se llena con los acordes de la guitarra y la voz de Manuel (llegó la paz a las gradas). Comenzó el precalentamiento con una selección de canciones de Pánico y temas que quedaron fuera de la sesión de Témpera como el caso de la redonda canción «Amistad«y un reversión de «Luchí­n«de Ví­ctor Jara. Luego de este ramillete de 6 canciones, lo que nos convoca, como dijo el mismo Manuel a quienes atentos oí­amos su entrega.

Llamó al escenario a María Teresa Molina, productora artí­stica del disco y quien además interpreta el contrabajo, así­ esta Témpera partió tal y como en el disco, con el primer color que da vida a la placa «Nadie + que el sol«, seguida de la composición homónima «Témpera«y la frágil «Barcos de cristal«. Luego, con dedicación al innombrable y su obra de terror y muerte, con guiños sonoros a Londres, sonó una musicalmente agradable «Ninguna calle«. A esta altura empezaron a ocupar sus puestos los músicos invitados (los de siempre). El primero en aparecer fue Diego ílvarez de Mecánica Popular, para acompañar prolijamente en «Es bello, es bueno«y «Tarde«.

Con los demás músicos venidos de Concepción en el escenario, entró en acción la gigante interpretación de «Canción y plegaria«, la pop visión provinciana de SCL se hizo presente con «La gran capital«, el cruce más rockero se produjo con «Piedras»y «Perderse«con el aporte preciso, furioso y energético de Camilo Morales en la baterí­a (un acierto rí­tmico a mi humilde parecer), la con más sabor a trova de la noche llegó de la mano de un «Cangrejo azul«.

Manuel se descuelga la guitarra y se despide. Nos miramos con Daniela y nos da la sensación que el teatro se va a venir al suelo, era sólo el primer Bis: Le siguió «Pañuelí­«, «La pena vuela«(de Pánico), del mismo disco, pero con el certero acompañamiento del porteño (San Antonio) Chinoy una potente reversión de «Hablar de ti«. Antes que Chinoy se intentara bajar del escenario, Manuel le pasó su guitarra, se sentó respetuosamente en el escenario y junto a un teatro lleno, escuchó (escuchamos) de mano y garganta del porteño la sobrecogedora «En carne y alma«(también conocida como «carne de gallina»).

Pasaron las últimas canciones, incluyendo una dedicada al ahí­ presente Julio Zegers, «La danza de las libélulas«, «El viejo comunista«y el gran final con otra reversión de Ví­ctor, «El Arado«(incluida en ese gran disco de principios del 2008, «eXile«, junto al músico catalán Guillamino). Tras un extenso y caluroso aplauso de parte de una incondicional audiencia, vino el 2-º y último Bis con la mí­nima pero gigante «Los colores«. Después de este baño de color, calor, mensaje y buenas canciones, la noche nos depararí­a una agradable conversación junto a una botella de vino que se complemento divinamente con la velada.

Por Pablo Pinto Gwynne

Productor en Nueva Santiago. Docente en Instituto Profesional ARCOS. Investigador musical en series de tv "Cassette, Historia de la música chilena" y "Chile en llamas". Gestor de proyectos musicales.

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9 Comments

9 Comments

  1. manuel

    31 agosto, 2008 at 3:28 pm

    la cancií²n de chinoy en realidad se llama «carne yalma de gallina»

  2. manuel

    31 agosto, 2008 at 10:28 pm

    la cancií²n de chinoy en realidad se llama «carne yalma de gallina»

    • Pablo Pinto Gwynne

      2 septiembre, 2008 at 5:37 pm

      Gracias Manuel

      :::ppg:::

  3. Pablo Pinto Gwynne

    2 septiembre, 2008 at 10:37 am

    Gracias Manuel

    :::ppg:::

  4. niko

    15 septiembre, 2008 at 7:33 am

    Stgo. 22 de Agosto de 2008
    Esperé los colores, aunque después de la tercera vez que fue pedida a gritos por una mujer como que quise no escucharla, como para no darle el gusto a la mina por desubicada. Y es que los colores es una canción muy especial, es como esas cosas que uno siempre pide, que en secreto desea… que alguien joven y talentoso sea capaz de encarnar a Violeta Parra, que alguien sin imitarla haga lo mismo que ella, en ese nivel, que sin ser pretencioso logre estar a la altura del más grande.
    Y eso hizo el Manuel con Los Colores, por eso esperaba yo que la cantara, pero la mujer esa, la incontenible, gritaba una y otra vez: los colores!!!!… -bueno leerlo ahora suena intolerante para quien no fue a la presentación de Témpera-. Pero después de escuchar a los idiotas que pedí­an canciones y hací­an comentarios burdos, igual daba lata.
    Mmm, empezar este artí­culo con rabia y emoción por la música es un poco lo que dio Manuel esa noche.
    Un Manuel satisfecho, con un deseo inmenso, pero ala vez inseguro por el grado gigante de anhelar mostrar su trabajo, un Manuel muy trabajador.
    Yo sentí­ que estaba molesto el Manuel, como que algo habí­a que no lo sacaba del rol de trabajador incansable, como que aun no disfrutaba él mismo de su fruto, como que presentar las canciones eran parte del trabajo (que él hace muy bien), por eso como que lo sentí­a molesto, o incómodo, como que él trabaja en un estricto caos individual, un caos artí­stico creativo dentro de sus propias fronteras, un caos controlado, y esa noche el caos se mezclaba con lo ajeno, con los idiotas intoxicados hablando sandeces.
    Yo pensé, bueno, igual disfrutaré la presentación, y en eso estaba cuando una mina pide que apaguen la luz.
    Y Manuel responde a su patrón como un buen trabajador, que se apague, pero luego reflexiona y confiesa que necesita verles las caras quienes lo acompañan, y empieza el Manuel a relajarse. A ser Manuel artista, Manuel creador. Y en eso estaba él cuando en la danza de las libélulas empezamos a corear su canción, y de ahí­ en adelante la conexión se volvió un gran puente de energí­a con quienes entienden que una presentación del trabajo es eso, y no un show en el que se le grita al artista la canción que debe tocar.
    Manuel, la voz de hombre más maternal que se puede escuchar en vivo, embelezaba con su música e interpretación.
    Brillante artista, gran trabajo, hombre genial.
    Me llevó hasta Arica varias veces con sus canciones, y se lo agradezco, no viajo a ese paraí­so desde hace dos años, pero en el teatro, junto a su hermano Diego, sentí­ el olor y la tibieza de la brisa de la Chinchorro y de la Lisera, sentí­ el abrazo ruidoso de las olas en los tetrapodos.
    Sentí­ el calor de la noche con la gente de Arica.
    Después tocó los colores, y no me pareció una canción de Violeta Parra, era una canción de Manuel Garcí­a golpeándose el pecho y gritando “siempre era rojo, rojo por siempre”…y me gustó más la canción.
    Brillante el Manuel, si crece más será para él mismo, pues como artista ya está grande.
    Cantó todo lo que querí­a escuchar, al punto de no extrañar gato, ni las meninas.
    De lo otro, ahh.
    El cuarteto de cuerdas.
    La versión del Arado con la fragilidad y fuerza de la violinista.
    El muchacho del bombo que parecí­a que se iba a despegar del Manuel, pero que jamás se alejó
    Las afinadas de guitarra y la gente en los pasillos.
    Los duelos soberbios pero amistosos de la virtud.
    Todo parte de las anécdotas que se pueden nombrar para confirmar que se estuvo ahí­.
    Para el final Chinoy, que humilde como que no querí­a subir, como que desde ya agradecí­a con su caminar. El abrazo entre ambos amigos, un abrazo de amor, como los del Chinoy.
    Hablar de ti, tengo la certeza en el alma de que fue escrita frente al mar ariqueño, y Chinoy lo sabe, y lo respeta, como respetan el mar los porteños, por eso la canta distinta y pide con la mirada a Manuel que participe.
    Carne de gallina, y Chinoy con su ataque a la guitarra hace desaparecer a los idiotas que interrumpen, y con su gigante humildad intimida, e intima.
    Quedé satisfecho de mi hambre musical.
    Salí­ tarareando las piedras…. bello como tuuuuuuu.
    Gracias Manuel, por el viaje, por la música, por la magia.

  5. niko

    15 septiembre, 2008 at 2:33 pm

    Stgo. 22 de Agosto de 2008
    Esperé los colores, aunque después de la tercera vez que fue pedida a gritos por una mujer como que quise no escucharla, como para no darle el gusto a la mina por desubicada. Y es que los colores es una canción muy especial, es como esas cosas que uno siempre pide, que en secreto desea… que alguien joven y talentoso sea capaz de encarnar a Violeta Parra, que alguien sin imitarla haga lo mismo que ella, en ese nivel, que sin ser pretencioso logre estar a la altura del más grande.
    Y eso hizo el Manuel con Los Colores, por eso esperaba yo que la cantara, pero la mujer esa, la incontenible, gritaba una y otra vez: los colores!!!!… -bueno leerlo ahora suena intolerante para quien no fue a la presentación de Témpera-. Pero después de escuchar a los idiotas que pedí­an canciones y hací­an comentarios burdos, igual daba lata.
    Mmm, empezar este artí­culo con rabia y emoción por la música es un poco lo que dio Manuel esa noche.
    Un Manuel satisfecho, con un deseo inmenso, pero ala vez inseguro por el grado gigante de anhelar mostrar su trabajo, un Manuel muy trabajador.
    Yo sentí­ que estaba molesto el Manuel, como que algo habí­a que no lo sacaba del rol de trabajador incansable, como que aun no disfrutaba él mismo de su fruto, como que presentar las canciones eran parte del trabajo (que él hace muy bien), por eso como que lo sentí­a molesto, o incómodo, como que él trabaja en un estricto caos individual, un caos artí­stico creativo dentro de sus propias fronteras, un caos controlado, y esa noche el caos se mezclaba con lo ajeno, con los idiotas intoxicados hablando sandeces.
    Yo pensé, bueno, igual disfrutaré la presentación, y en eso estaba cuando una mina pide que apaguen la luz.
    Y Manuel responde a su patrón como un buen trabajador, que se apague, pero luego reflexiona y confiesa que necesita verles las caras quienes lo acompañan, y empieza el Manuel a relajarse. A ser Manuel artista, Manuel creador. Y en eso estaba él cuando en la danza de las libélulas empezamos a corear su canción, y de ahí­ en adelante la conexión se volvió un gran puente de energí­a con quienes entienden que una presentación del trabajo es eso, y no un show en el que se le grita al artista la canción que debe tocar.
    Manuel, la voz de hombre más maternal que se puede escuchar en vivo, embelezaba con su música e interpretación.
    Brillante artista, gran trabajo, hombre genial.
    Me llevó hasta Arica varias veces con sus canciones, y se lo agradezco, no viajo a ese paraí­so desde hace dos años, pero en el teatro, junto a su hermano Diego, sentí­ el olor y la tibieza de la brisa de la Chinchorro y de la Lisera, sentí­ el abrazo ruidoso de las olas en los tetrapodos.
    Sentí­ el calor de la noche con la gente de Arica.
    Después tocó los colores, y no me pareció una canción de Violeta Parra, era una canción de Manuel Garcí­a golpeándose el pecho y gritando “siempre era rojo, rojo por siempre”…y me gustó más la canción.
    Brillante el Manuel, si crece más será para él mismo, pues como artista ya está grande.
    Cantó todo lo que querí­a escuchar, al punto de no extrañar gato, ni las meninas.
    De lo otro, ahh.
    El cuarteto de cuerdas.
    La versión del Arado con la fragilidad y fuerza de la violinista.
    El muchacho del bombo que parecí­a que se iba a despegar del Manuel, pero que jamás se alejó
    Las afinadas de guitarra y la gente en los pasillos.
    Los duelos soberbios pero amistosos de la virtud.
    Todo parte de las anécdotas que se pueden nombrar para confirmar que se estuvo ahí­.
    Para el final Chinoy, que humilde como que no querí­a subir, como que desde ya agradecí­a con su caminar. El abrazo entre ambos amigos, un abrazo de amor, como los del Chinoy.
    Hablar de ti, tengo la certeza en el alma de que fue escrita frente al mar ariqueño, y Chinoy lo sabe, y lo respeta, como respetan el mar los porteños, por eso la canta distinta y pide con la mirada a Manuel que participe.
    Carne de gallina, y Chinoy con su ataque a la guitarra hace desaparecer a los idiotas que interrumpen, y con su gigante humildad intimida, e intima.
    Quedé satisfecho de mi hambre musical.
    Salí­ tarareando las piedras…. bello como tuuuuuuu.
    Gracias Manuel, por el viaje, por la música, por la magia.

  6. niko

    15 septiembre, 2008 at 10:33 am

    Stgo. 22 de Agosto de 2008
    Esperé los colores, aunque después de la tercera vez que fue pedida a gritos por una mujer como que quise no escucharla, como para no darle el gusto a la mina por desubicada. Y es que los colores es una canción muy especial, es como esas cosas que uno siempre pide, que en secreto desea… que alguien joven y talentoso sea capaz de encarnar a Violeta Parra, que alguien sin imitarla haga lo mismo que ella, en ese nivel, que sin ser pretencioso logre estar a la altura del más grande.
    Y eso hizo el Manuel con Los Colores, por eso esperaba yo que la cantara, pero la mujer esa, la incontenible, gritaba una y otra vez: los colores!!!!… -bueno leerlo ahora suena intolerante para quien no fue a la presentación de Témpera-. Pero después de escuchar a los idiotas que pedí­an canciones y hací­an comentarios burdos, igual daba lata.
    Mmm, empezar este artí­culo con rabia y emoción por la música es un poco lo que dio Manuel esa noche.
    Un Manuel satisfecho, con un deseo inmenso, pero ala vez inseguro por el grado gigante de anhelar mostrar su trabajo, un Manuel muy trabajador.
    Yo sentí­ que estaba molesto el Manuel, como que algo habí­a que no lo sacaba del rol de trabajador incansable, como que aun no disfrutaba él mismo de su fruto, como que presentar las canciones eran parte del trabajo (que él hace muy bien), por eso como que lo sentí­a molesto, o incómodo, como que él trabaja en un estricto caos individual, un caos artí­stico creativo dentro de sus propias fronteras, un caos controlado, y esa noche el caos se mezclaba con lo ajeno, con los idiotas intoxicados hablando sandeces.
    Yo pensé, bueno, igual disfrutaré la presentación, y en eso estaba cuando una mina pide que apaguen la luz.
    Y Manuel responde a su patrón como un buen trabajador, que se apague, pero luego reflexiona y confiesa que necesita verles las caras quienes lo acompañan, y empieza el Manuel a relajarse. A ser Manuel artista, Manuel creador. Y en eso estaba él cuando en la danza de las libélulas empezamos a corear su canción, y de ahí­ en adelante la conexión se volvió un gran puente de energí­a con quienes entienden que una presentación del trabajo es eso, y no un show en el que se le grita al artista la canción que debe tocar.
    Manuel, la voz de hombre más maternal que se puede escuchar en vivo, embelezaba con su música e interpretación.
    Brillante artista, gran trabajo, hombre genial.
    Me llevó hasta Arica varias veces con sus canciones, y se lo agradezco, no viajo a ese paraí­so desde hace dos años, pero en el teatro, junto a su hermano Diego, sentí­ el olor y la tibieza de la brisa de la Chinchorro y de la Lisera, sentí­ el abrazo ruidoso de las olas en los tetrapodos.
    Sentí­ el calor de la noche con la gente de Arica.
    Después tocó los colores, y no me pareció una canción de Violeta Parra, era una canción de Manuel Garcí­a golpeándose el pecho y gritando “siempre era rojo, rojo por siempre”…y me gustó más la canción.
    Brillante el Manuel, si crece más será para él mismo, pues como artista ya está grande.
    Cantó todo lo que querí­a escuchar, al punto de no extrañar gato, ni las meninas.
    De lo otro, ahh.
    El cuarteto de cuerdas.
    La versión del Arado con la fragilidad y fuerza de la violinista.
    El muchacho del bombo que parecí­a que se iba a despegar del Manuel, pero que jamás se alejó
    Las afinadas de guitarra y la gente en los pasillos.
    Los duelos soberbios pero amistosos de la virtud.
    Todo parte de las anécdotas que se pueden nombrar para confirmar que se estuvo ahí­.
    Para el final Chinoy, que humilde como que no querí­a subir, como que desde ya agradecí­a con su caminar. El abrazo entre ambos amigos, un abrazo de amor, como los del Chinoy.
    Hablar de ti, tengo la certeza en el alma de que fue escrita frente al mar ariqueño, y Chinoy lo sabe, y lo respeta, como respetan el mar los porteños, por eso la canta distinta y pide con la mirada a Manuel que participe.
    Carne de gallina, y Chinoy con su ataque a la guitarra hace desaparecer a los idiotas que interrumpen, y con su gigante humildad intimida, e intima.
    Quedé satisfecho de mi hambre musical.
    Salí­ tarareando las piedras…. bello como tuuuuuuu.
    Gracias Manuel, por el viaje, por la música, por la magia.

  7. niko

    15 septiembre, 2008 at 2:33 pm

    Stgo. 22 de Agosto de 2008
    Esperé los colores, aunque después de la tercera vez que fue pedida a gritos por una mujer como que quise no escucharla, como para no darle el gusto a la mina por desubicada. Y es que los colores es una canción muy especial, es como esas cosas que uno siempre pide, que en secreto desea… que alguien joven y talentoso sea capaz de encarnar a Violeta Parra, que alguien sin imitarla haga lo mismo que ella, en ese nivel, que sin ser pretencioso logre estar a la altura del más grande.
    Y eso hizo el Manuel con Los Colores, por eso esperaba yo que la cantara, pero la mujer esa, la incontenible, gritaba una y otra vez: los colores!!!!… -bueno leerlo ahora suena intolerante para quien no fue a la presentación de Témpera-. Pero después de escuchar a los idiotas que pedí­an canciones y hací­an comentarios burdos, igual daba lata.
    Mmm, empezar este artí­culo con rabia y emoción por la música es un poco lo que dio Manuel esa noche.
    Un Manuel satisfecho, con un deseo inmenso, pero ala vez inseguro por el grado gigante de anhelar mostrar su trabajo, un Manuel muy trabajador.
    Yo sentí­ que estaba molesto el Manuel, como que algo habí­a que no lo sacaba del rol de trabajador incansable, como que aun no disfrutaba él mismo de su fruto, como que presentar las canciones eran parte del trabajo (que él hace muy bien), por eso como que lo sentí­a molesto, o incómodo, como que él trabaja en un estricto caos individual, un caos artí­stico creativo dentro de sus propias fronteras, un caos controlado, y esa noche el caos se mezclaba con lo ajeno, con los idiotas intoxicados hablando sandeces.
    Yo pensé, bueno, igual disfrutaré la presentación, y en eso estaba cuando una mina pide que apaguen la luz.
    Y Manuel responde a su patrón como un buen trabajador, que se apague, pero luego reflexiona y confiesa que necesita verles las caras quienes lo acompañan, y empieza el Manuel a relajarse. A ser Manuel artista, Manuel creador. Y en eso estaba él cuando en la danza de las libélulas empezamos a corear su canción, y de ahí­ en adelante la conexión se volvió un gran puente de energí­a con quienes entienden que una presentación del trabajo es eso, y no un show en el que se le grita al artista la canción que debe tocar.
    Manuel, la voz de hombre más maternal que se puede escuchar en vivo, embelezaba con su música e interpretación.
    Brillante artista, gran trabajo, hombre genial.
    Me llevó hasta Arica varias veces con sus canciones, y se lo agradezco, no viajo a ese paraí­so desde hace dos años, pero en el teatro, junto a su hermano Diego, sentí­ el olor y la tibieza de la brisa de la Chinchorro y de la Lisera, sentí­ el abrazo ruidoso de las olas en los tetrapodos.
    Sentí­ el calor de la noche con la gente de Arica.
    Después tocó los colores, y no me pareció una canción de Violeta Parra, era una canción de Manuel Garcí­a golpeándose el pecho y gritando “siempre era rojo, rojo por siempre”…y me gustó más la canción.
    Brillante el Manuel, si crece más será para él mismo, pues como artista ya está grande.
    Cantó todo lo que querí­a escuchar, al punto de no extrañar gato, ni las meninas.
    De lo otro, ahh.
    El cuarteto de cuerdas.
    La versión del Arado con la fragilidad y fuerza de la violinista.
    El muchacho del bombo que parecí­a que se iba a despegar del Manuel, pero que jamás se alejó
    Las afinadas de guitarra y la gente en los pasillos.
    Los duelos soberbios pero amistosos de la virtud.
    Todo parte de las anécdotas que se pueden nombrar para confirmar que se estuvo ahí­.
    Para el final Chinoy, que humilde como que no querí­a subir, como que desde ya agradecí­a con su caminar. El abrazo entre ambos amigos, un abrazo de amor, como los del Chinoy.
    Hablar de ti, tengo la certeza en el alma de que fue escrita frente al mar ariqueño, y Chinoy lo sabe, y lo respeta, como respetan el mar los porteños, por eso la canta distinta y pide con la mirada a Manuel que participe.
    Carne de gallina, y Chinoy con su ataque a la guitarra hace desaparecer a los idiotas que interrumpen, y con su gigante humildad intimida, e intima.
    Quedé satisfecho de mi hambre musical.
    Salí­ tarareando las piedras…. bello como tuuuuuuu.
    Gracias Manuel, por el viaje, por la música, por la magia.

  8. karencha

    7 octubre, 2010 at 2:31 am

    estuve ahi aquel dí­a… una inolvidable oportunidad de disfrutar, cantar y encantarse con buena música al lado de mi compañero de vida.

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