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Tarea pendiente: Roberto Falabella, música chilena y compromiso
¿Sabía usted que en Chile existió un compositor en los años 50 que sufrió de parálisis cerebral, que estuvo postrado desde que tuvo un año de vida y que aún así inspiró a la siguiente generación de músicos en un estilo completamente diferente? Yo no lo sabía. En las búsquedas y lecturas de esta pandemia me apareció su nombre, Roberto Falabella, y quedé sorprendida por lo que he leído de su vida y su obra y cómo sus ensayos aplican a la realidad actual de la escena musical. Comparto estas líneas y ojalá lo motive a conocerlo y a seguir aportando al imaginario de lo que significa hacer música en Chile.
No voy a dármelas de gran entendida en música docta porque no es el caso. Me gusta escucharla, sí, pero no tengo un conocimiento que me permita discriminar de un compositor a otro o entre estilos. Sin embargo, estoy en plan de conocer más de lo ocurrido en composición musical en Chile sobretodo durante la primera mitad del siglo pasado, pues siento que existe un desconocimiento mío de la base de lo que fue posteriormente el gran boom de la música chilena en los años 60 . En esa tarea estaba y estoy, cuando llegué a Roberto Falabella. Y me impactó tanto que quiero compartirlo hoy, con algunas reflexiones adicionales.
Roberto Falabella nació en 1926 y al año comenzó a ser evidente que su desarrollo no sería el de todos los niños. Afectado de una parálisis cerebral, su mamá insistió en tratarlo como un niño sin dificultades de desplazamiento y dentro de las actividades que le compartía estaba la apreciación musical, práctica que abrazó con pasión y que le llevó a los 19 años a empezar a desarrollar su habilidad musical. Tenía problemas de comunicación (la parálisis no permite modular), no podía tocar el piano, pero logró dar con sistema en el cual él memorizaba los sonidos de cada instrumento, para luego dictarle a un secretario la partitura que quería plasmar. Postrado, buscando recursos de comunicación, componiendo, hasta acá ya da para el guión de una película, ¿cierto?
Todo lo que comento se explica en un artículo que se llama «Entrevista-Concierto a la memoria de Roberto Falabella», por Santiago del Campo y se puede leer acá. El texto es referencia de lo que traspaso hoy como historia en estas páginas y me imagino como dice ahí al niño Roberto en la playa en brazo de sus padres, aprendiendo a flotar en el agua y cómo eso debe haber sido lo que sentía luego al componer y escuchar la música.
El artículo citado nos cuenta del tremendo aporte musical de vanguardia de Roberto Falabella, quien escribió en 9 años ballets, cantatas y un largo etcétera (su trabajo más reconocido es «Estudios Emocionales», que comparto a continuación, en el que se hace eco sonoro de la tradición de la Tirana y sus bailes, llevando a lo docto la riqueza de la tradición del pueblo). Sin embargo, en mi caso y siguiendo con la historia, lo que me parece más relevante de Falabella y que me motiva a escribir esto hoy es su claridad del rol social que tiene la música para una nación.
En su escrito para la Revista Musical Chilena de la Universidad de Chile, titulado «Problema estilístico del joven compositor en América y en Chile, segunda parte», Roberto Falabella aborda lo que en su tiempo él siente que es el problema de la creación docta en el país y que divide en tres grandes grupos: el que explota nuestra música autóctona con recursos neo-románticos, los que siguen las corrientes neoclásicas sin preocupación del folklore y los que intentan emular las tendencias más avanzadas de la música europea, especialmente la alemana, casi siempre con un retraso de 10 o 20 años. Luego, ahonda indicando que tanto en Chile como en Argentina el folklore campesino ha entrado en lucha con el cosmopolitismo a través de divulgadores como Atahualpa Yupanqui y en Chile Margot Loyola y Violeta Parra. «Pero la lucha» dice Falabella, «es, hasta ahora, desigual, debido a los medios de que disponen ambos bandos. El cosmopolitismo es apoyado fuertemente por las casas grabadoras de discos y como consecuencia de esto, por las radioemisoras especialmente en Chile».
Estamos hablando de música docta. Estamos hablando de la década del ’50, sin embargo, leer estos pasajes es como leer lo que sigue ocurriendo todavía: Que nuestros sellos discográficos siguen en muchos casos mirando estilísticamente hacia la música extranjera y las radios ven con condescendencia la creación chilena. Y la parte b de su escrito es aún más alucinante: Falabella nos regala un atisbo completo a lo que está ocurriendo en la música joven en Chile en su tiempo y a esto le suma nombres en otras artes que también están haciendo lo suyo, armando un cuadro cultural y agregando información de sociedades, obras, posiciones estéticas y políticas, en un texto claro e inspirado, que parte de la premisa de lo que es la etno-musicología, esto es, que la música como manifestación humana no puede considerarse como hecho aislado, sino que tiene dimensiones sociales y culturales intrínsecas, inseparables del momento en el cual nace obra.
En el resumen que comparte en esta segunda parte, Falabella afirma que: «La joven música americana está enferma de indigestión de alimentos estéticos que no se han asimilado». Las tendencias europeas, según su posición, son muy legítimamente incorporadas a nuestro acervo cultural por la inevitable universalización progresiva de la cultura, pero que esto en América ha provocado «un desprecio casi uniforma de nuestro propio folklore. Se ha buscado originalidad tratando de incorporar tendencias de otras áreas culturales que corresponden a otros estados de desarrollo social y artístico». Y remata con «no se ve la razón por la cual el folklore no pueda tener las mismas posibilidades de resultados inéditos que las otras tendencias denominadas como las más avanzadas».
Hace unos días en una charla que estamos haciendo con Claudio Narea, ex Los Prisioneros, con quien trabajo, un músico le pidió una sugerencia para los jóvenes que se inician en la creación sobre cómo batallar con la industria. Indiscretamente respondí yo: ¿por qué debiéramos batallarla? Más bien debí decir: ¿contamos con las herramientas para batallarla? Mientras la política pública no apunte a la valorización de todo el ecosistema vinculado a la música, mientras insista en hablar de emprendimientos musicales, mientras no se asuma que la música producida en Chile es un bien a resguardar, porque es el repositorio de quienes somos, de nuestras experiencias, de nuestra historia y de esta manera, apoyar a que lxs músicxs creen más y mejor música, más propia, mientras eso no pase, la batalla es demasiado desigual.
Alucinamos con la Nueva Canción Chilena, porque es alucinante. Pero justamente de estas reflexiones de compositores como Falabella, anteriores a ese proceso, vienen las bases del reconocimiento de «lo nuestro». Ojo, no se trata que todos hagamos folklore, sino que se trata, como dice Falabella de buscar la originalidad en nuestra raíz, nuestro pueblo, nuestras costas, nuestra casa, nuestro patio. Está más cerca de lo que parece y desde lo social cercano, podemos universalizar un canto.
Sergio Ortega, Luis Advis, la maravillosa Nueva Canción Chilena, todxs fueron influenciadxs en mayor o menor medida por estas visiones, a través de Falabella, Gustavo Becerra y otrxs compositores que tuvieron la claridad de mirar en los años 50 hacia nuestras propias fronteras. Me choca ver en los medios de comunicación la celebración de lanzamientos de discos de bandas internacionales y ninguna mención a las locales. O efemérides. Se necesita conciliar ambas miradas, lo que llega de fuera y lo tenemos adentro, para valorizar nuevamente la creación chilena. Ese compromiso es la tarea para la casa. Por ahora, yo me quedo feliz de ver que esta discusión se dio con tanta claridad y generó tan maravillosos frutos hace 50 años y me quedo con la tarea de ser un mínimo aporte desde la trinchera que me corresponde, para propiciar mínimamente la difusión de conocimientos y discusión que alguna vez lleven a nuevos procesos de explosión de música que sintamos propia.
«En la línea del frente que se note que estás presente» canta Kortatu. ¿No es eso, finalmente, una decisión política? Falabella tuvo 9 años de una vida que sentía sería corta, para dedicarse conscientemente a la música y su trasfondo social. Sabiendo que moriría joven, optó por dejar sus composiciones, sus reflexiones y poner su ladrillo para estar presente en el crecimiento de la música chilena. Creo que mínimamente se merece que lo conozcamos y que sus escritos sean parte obligada de quienes estudian composición musical en nuestro país. La apreciación musical, su amistad con Violeta Parra, las incorporaciones de música autóctona en su música docta, etc. etc. quedan para lxs más entendidxs. Yo hoy me quedo con su figura como fuente de inspiración.
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