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Memoria

Los Blops, productos de toda una historia

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Fuente: Revista la Bicicleta N-º 11, Abril-Mayo 1981, pág. 26-28.

Los Blops se iniciaron en el canto a fines de los años «˜60. Para la juventud chilena esa fue una época complicada. La encrucijada polí­tica obligaba a definirse por uno u otro bando. Sin embargo, algunos sectores juveniles eligieron otros caminos. Impactados por algunos ideales hippies y filosofí­as orientales esotéricas, se declararon amantes de la naturaleza, enemigos del consumismo, la tecnologización, las convenciones tradicionales y las falsas modas comerciales. Se acercaron así­ a lo artesanal, más ligado a lo primigenio e incontaminado.

En la filosofí­a oriental encontraron una posibilidad de perfeccionamiento interno e individual que no exigí­a una radicalización polí­tica. Al contrario, les proporcionó un motivo de unión y salvación: la comunidad sicológica del ser humano. De ese hombre encadenado a sus roles, a la búsqueda del éxito comercial y el prestigio social.

Esa juventud se sintió interpretada por estos valores, presentes en canciones de grupos musicales como Los Jaivas, Congreso, Congregación o Los Blops.

Después de una larga ausencia, Los Blops han vuelto a Chile. La situación de esa juventud ha cambiado y ellos también. Quieren seguir cantando, pero sin que se los encasille, quieren estar siempre atentos, que las apariencias no los engañen. «Esta realidad no es la realidad, es sólo una dimensión de ella -dicen- la gente quiere vivir de cosas esquemáticas y seguras. Nosotros queremos estar abiertos al cambio, asumir que nada permanece».

Archivo Local: Los Blops, productos de toda una historia

Un tesoro entre las manos

Cuando Juan Pablo y Eduardo -únicos representantes de los antiguos Blops- exponen sus ideas, pareciera que fueran una sola voz, o un dúo muy afiatado. Esta compenetración se debe, quizás, a que han recorrido un largo camino juntos … y separados.

Juan Pablo recuerda cuando Eduardo, entonces guitarrista de Apparition, se acercó a un conjunto de jóvenes veraneantes de Isla Negra que tocaban rock en una ramada. Al poco tiempo ya formaba parte del grupo cuyo nombre recuerda el sonido de una gota que cae sostenida: Blops.

Alentados por esta experiencia, Juan Contreras, Sergio Bezard, Julio Villalobos, Eduardo Gatti y Juan Pablo Orrego, decidieron estudiar composición y arreglar sus propios temas.

Luego, con el primer long-play editado por Dicap y el sello Peña de los Parra (Los Momentos), dejaron la carrera: el tiempo no alcanzaba para ambas cosas, y «en ese entonces se podí­a vivir del canto…»

«Después de un recital -cuenta Juan Pablo- Ví­ctor Jara se acercó a nosotros y nos dijo: Ustedes tienen un tesorito entre las manos, cuidenlo. Después no paramos más de trabajar juntos, Ví­ctor iba a los ensayos y nos escuchaba en silencio o traí­a un guitarrón para improvisar con nosotros».

Lo que más respetaban en ese cantor era que no intentaba cambiarlos, como lo hací­an otros.

Por esos dí­as se dieron en Chile las primeras experiencias de vida comunitaria y Los Blops se fueron a vivir juntos a la Manchufela, una casita ubicada en Avenida Ossa. Allí­ nació el segundo LP: Las Mañanitas, La Manchufela, y otras.

Su actuación en el Festival de Viña de 1973 fue un fracaso: «Nos tiraron a los leones. Nos pusieron primeros, sin poder probar micrófonos». Sin embargo, poco tiempo después se presentaron nuevamente en la Quinta Vergara con el nombre de Parafina, con un sonido de rock pesado. Junto a ellos estaban Los Jaivas, Congreso, Embrujo, Manduka y Gerardo Vandrea. «Fueron 30 mil personas, un éxito».

Archivo Local: Los Blops, productos de toda una historia

Ahí­ murieron ya los momentos

Un empresario los llevó luego a Argentina. AIIí­ grabaron su tercer LP, esta vez de rock progresivo: La Locomotora. Era el año 73 en Chile y el pronunciamiento militar cambió el panorama.

Desde 1971 participaban en el grupo Arica, escuela sicológico-mí­stica fundada por el boliviano Oscar Ichazo, que los determinó sí­quicamente. «Llevábamos una disciplina de monjes tibetanos: integración sí­quico-corporal, dietas, sicocalestenia y prohibición del alcohol». Después de los sucesos del 11 de septiembre decidieron retirarse a trabajar interiormente a Zapallar. «Fue una experiencia positiva» – cuentan.

A pesar de ello, el grupo no duró mucho unido. Juan Pablo se fue a Canadá, Eduardo a Inglaterra y luego a Alemania. «Partimos con un terrible recuerdo de Chile».

El contacto se mantiene y las experiencias musicales se transmiten. Años después se encontrarán en Ecuador y, ambos, por diversas razones» deciden volver a la patria (Juan Pablo sonrí­e, en su caso fue un amor).

–¿Sienten qué han cambiado sus canciones desde entonces?

Juan Pablo: En ellas está el horror de lo que se vive actualmente. Se está matando a gente en el planeta y eso tiene que salir en las canciones. La gente cree que toda nuestra música es bonita y no ven que en cada recital hay sufrimiento.

– -¿Cuál es el problema que más aparece en sus canciones?

Eduardo: La relación del ser con el misterio. El hombre ha perdido su estado animal. Creo más en el arte que en la polí­tica porque a nivel racional el hombre nunca se va a poner de acuerdo.

Juan Pablo: El problema de los exiliados es algo que también nos toca mucho: el amor separado por circunstancias ajenas, la polí­tica.

Espí­ritu del mundo, solo somos un pueblo …

-¿Qué función cumple, para ustedes, el canto en la sociedad?

Eduardo: El canto es sobre todo comunión Se toca en fiestas, en el trabajo, en los funerales. El canto puede abrir a la gente, despertar primero su sensibilidad, el intelecto y luego el sentimiento. En otras culturas, y en un principio, el canto era una actividad más; ahora no todos pueden ser músicos. Esto es producto de la división del trabajo.

– -¿Y qué opinas del llamado Canto Nuevo?

Juan Pablo: De Violeta para adelante hay un cambio, el canto tiene más raí­ces. Es un arte que cala más profundo porque tiene que ver más con la realidad. Se abren nuevas dimensiones. Violeta canta al mismo tiempo al amor, lo social, el sueño, la naturaleza… a muchas realidades.

– -¿Pero, qué pasa con esta nueva generación de cantores?

Juan Pablo: El Canto Nuevo está copiando, falta sinceridad. No hay que imponerse fórmulas. En este canto no hay misterio, todo está expresado en la superficie, no hay contexto.

– -¿Y qué es copiar?

Eduardo: Copiar no es lo mismo que asimilar. Una buena música se mete necesariamente en otra música, pero hay que discernir. No existen fórmulas externas. Yo he tirado al tacho todo lo que sea parecido a otra canción, porque de repente me doy cuenta que estoy tratando de componer como Los Blops. Imponerse fórmulas es lo mismo que hacer Onda Disco.

«Es un problema de madurez -agrega Juan Pablo, volviendo al problema del Canto Nuevo-, madurez como personas para ser como se es. El artista tiene que ser sufrido, bien chanqueado y experimentado. La Violeta le decí­a al íngel que si sentí­a que se estaba corrompiendo, fuera a las cárceles y al manicomio».

– En esta perspectiva -¿es necesariamente malo que circule tal cantidad de música extranjera en nuestros medios de comunicación? -¿Son peligrosas para la originalidad de la creación joven estas influencias?

Juan Pablo: La cultura es planetaria y es bueno que así­ sea. Nunca se va a homogeneizar…, pero tiene que haber información. En Chile se escucha el 0,4% de la música que existe en el planeta. El problema entonces no es la cantidad, sino la calidad y sobre todo la diversidad.

Fuente: Revista la Bicicleta N-º 11, Abril-Mayo 1981, Especial «El Nuevo Canto Chileno, en la senda de Violeta», pág. 26, 27 y 28.

Productor en Nueva Santiago. Docente en Instituto Profesional ARCOS. Investigador musical en series de tv "Cassette, Historia de la música chilena" y "Chile en llamas". Gestor de proyectos musicales.

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