Memoria
Víctor Jara, «Es un pecado dogmatizar sobre el folklore»
Fuente: El Siglo, domingo 24 de septiembre de 1967, página 7. Por Felipe Alba
Hijo de un inquilino del fundo Lonquén, en las cercanías de Talagante, Víctor Jara empezó a cantar cuando tenía 15 años. «Yo andaba siempre con mi madre, que era cantora, -cuenta el ahora consagrado folklorista Víctor Jara- y la acompañaba en fiestas y velorios. Después nos vinimos a Santiago, al barrio Pila, y ahí Omar Pulgar me enseñó a tocar guitarra, de oído».
Ese origen le permite a Víctor Jara decir con propiedad: «Se habla que el folklore es el canto del pueblo, y yo me siento parte de él. Cualquiera que se atreva a cantar sobre lo que al pueblo lo hace alegrarse o sufrir está haciendo algo lícito y positivo. Algunos calan hondo dentro de los sentimientos humanos y otros resbalan por encima. Los hay que comprenden la raíz popular y otros que tratan de interpretar esa raíz por snobismo. Por supuesto. quedarán los más verdaderos, los primeros. Pero no hay que afligirse de que haya snobs, porque la verdadera palabra sobre lo útil y auténtico la tiene el tiempo, y el pueblo mismo. En todas partes del mundo han existido movimientos como el que se observa en Chile desde hace 4 años. En otros países, donde los métodos industriales están más avanzados, el folklore ha llegado al nivel de la guitarra eléctrica».
LA ESENCIA HUMANA
Víctor Jara ha saltado en poco tiempo a uno de los primeros planos, como compositor e intérprete. Enamorado y estudioso del folklore chileno, él está convencido que no posee la verdad absoluta sobre el folklore, sobre el cual se discute permanentemente y no siempre se discute con objetividad rigurosa. Víctor Jara opina así: – «Creo que ninguno de nosotros tiene el derecho de colocarse como juez implacable, incluso dogmático, frente al folklore en general. El folklore auténtico es vigente, vivo, actual; no es un asunto muerto. Me parece muy peligroso, antojadizo y un poco egoísta considerar que el folklore es una obra arqueológica del siglo pasado, y que debe ser interpretada como tal, o si no, no es válida. Eso es absurdo. El folklore es un arte en todo el sentido de la palabra. Su esencia es humana. Ahora, el artista, que interprete esa esencia humana, es el verdaderamente válido. Quien quiera interpretar realmente el alma del pueblo debe recorrer muchos caminos. Y va a tener que recorrer esos caminos junto a ellos, a la mujer que lava, al hombre que hace lazos. al que abre surcos, al que baja a la mina, al que tiende una red en el mar, etc., y no pasar en un auto, mirando por la ventanilla».
Sin rodeos, Víctor Jara se refiere a las canciones de protesta y «protesta contra la gente que protesta contra las canciones de protesta»: – «Claro, en Chile todavía el pueblo no interpreta canciones de protesta, pero existen y han existido muchas canciones de contenido social, especialmente en el campesinado. Si el campesino no dice con palabras textuales que el patrón es injusto, es por que no se le ha dado la chance, la oportunidad, para decirlo mejor. Pero, no es que no lo sienta. Sí hay una canción de contenido social quiere decir que el campesino o el chilote tienen conciencia social. La mayor parte del folklore son canciones que reflejan pasiones amorosas, pero también existen las primeras. Precisamente, Margot Loyola me enseñó una que habla sobre el trayecto de un hombre con su carreta para dejar la cosecha al pueblo cercano».
LO POSITIVO
– Esto del neofolklore, -¿ha sido una moda?
– «En cierto sentido sí. Ya no se llenan los teatros por los folkloristas como ocurría hace un par de años. Pero esto no significa. que el folklore haya muerto. Su objetivo, por lo demás, no es ocupar los primeros lugares en los rankings. Pero hay mucho de positivo. Ahora, la cantidad de gente que interpreta el folklore, que se interesa por el folklore, es muy grande: el 50 por ciento más que hace dos años».
Luego señala Jara: – «En Chile no existen leyes que favorezcan la investigación del folklore. Yo sé que hay muchos que se sientan a escuchar a un campesino y ya se sienten investigadores. En todo caso, creo que es importante que se vibre, que se interese la gente por ese campesino. Antes no lo tomaban en cuenta. Ojalá la Universidad de Chile y otros organismos oficiales le den a los folkloristas la categoría que se merecen. Pero eso ocurrirá cuando haya un Gobierno que entienda realmente el sentir del pueblo».
DIALOGO ABIERTO
– Y, -¿por ahora?
– «Por ahora, todos los que creen que el folklore es un arte deben seguir luchando. Pero la lucha debe ser un diálogo franco y abierto. Con foros, donde se discuta, dejando de lado todos los personalismos, terminar con eso que cada folklorista se considere el ombligo del mundo. -¿Me explico? No se trata de poner piedras en el camino que se está siguiendo, para que no lo siga nadie. Al contrario, se trata de que lo siga a uno mucha gente. Pienso que no sirve de nada aquel que se encierra entre cuatro paredes para cantar una canción de protesta, como tampoco el que se encierra entre cuatro paredes a construir pilares propios sobre el folklore. Aunque su intención sea honesta, está igualmente encerrado. Los fines son distintos, pero la actitud es la misma».
Subraya Víctor Jara: – «En el folklore, desgraciadamente, hay personalismo, envidia, egoísmo, dogmatismo. Ello se debe a que falta franqueza para dialogar. Por ejemplo, el que recopiló tal o cual refalosa desprecia al otro que dice que también la recopiló. Cree que le está haciendo un daño, y no es así. En vez de criticarse uno a otro, debieran comparar el trabajo y decidir cual es la mejor, la verdadera, la más auténtica. Por lo demás, nunca una refalosa es la misma: en una casa la tocan o bailan de una manera y en otra casa de manera distinta. Es un pecado dogmatizar. El folklore es vivo, y varía de día a día».
EN LA FUENTE MISMA
Víctor Jara ha recorrido todo el país, desde el norte hasta Chiloé, tratando de beber en la fuente misma del pueblo. Por eso, su trabajo es serio. El dice: – «Creo que me faltará vida para conocer más al pueblo chileno. Como compositor tengo el deber de hacerlo. Es mi único sostén. No sé si acierto o no acierto. Creo que nunca me daré cuenta. Y el día que me de cuenta, va a significar que me alejé del pueblo mismo. Lo observo. Frente a muchas canciones que canto, el público reacciona de manera fantástica. Frente a otras, no. Porque no les llegan. He comprobado cómo los campesinos reaccionan muchas veces en forma viva y directa. En algunos asentamientos campesinos se me han acercado, después que he cantado, para entregarme versos. Eso significa que algo en ellos he dejado. También ha sucedido en la ciudad, y en la Peña. Como compositor me siento libre de bucear en todos los campos sonoros de la interpretación folklórica para encontrar toda la belleza de la canción popular. Ahora, cada compositor irá donde su sensibilidad le diga más. Unos se desviarán. Otros se cansarán. Allá ellos».
EL HOMBRE DEL TEATRO
Pocos años le han bastado a Víctor Jara para llegar al sitio en que está. Siendo estudiante de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile -en 1959- empezó a cantar, en el Cuncumén. A ese conjunto lo llevó Helia Fuentes. «Eso me despertó el afán de investigación -dice- eso me hizo querer mucho más la canción chilena, al empezar a conocer más profundamente las costumbres del pueblo, sus sentimientos».
El intenso estudio de dirección en la Escuela de Teatro lo hicieron retirarse del conjunto Cuncumén y reapareció, más tarde, en la Peña de los Parra. Una vez superados los temores iniciales, empezó a cantar solo, y con éxito singular. En un tiempo breve, ha grabado un long play, 3 discos simples y prepara otro long play. Su interpretación de «El cigarrito», «El arado», «La beata», «Ojitos verdes», «El aparecido» lo llevaron a la popularidad.
Y otra faceta de su rica personalidad. Víctor Jara pertenece al equipo estable de directores del Instituto del Teatro de la Universidad de Chile, desde 1963. Ha dirigido ya «Las ánimas de día claro», «Los invasores», «La remolienda», «La maña» (con el ICTUS Premio de la Crítica 1965). Fue director asistente del uruguayo Atahualpa del Cioppo en «El círculo de tiza caucasiano», de Brecht, y director asistente del norteamericano William Oliver en «Marat Sade».
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